No necesitamos suplementos nutricionales sino comer mejor
No hay debate científico en esta cuestión: en nuestro medio los suplementos son ridículamente eficaces o totalmente innecesarios.
Podríamos ser generosos y empezar diciendo que los beneficios de la suplementación entre la población general con vitaminas, minerales y otras sustancias diversas (como colágeno, cartílago de tiburón, omega tres y cosas por el estilo) es una cuestión que genera debate científico. Pero no sería cierto. La realidad es que no hay debate ninguno en cuanto a sus beneficios en las circunstancias mencionadas. En su lugar la ciencia cuenta con una contundente realidad: los suplementos nutricionales son entre ridículamente eficaces y totalmente ineficaces. Cuando no y además peligrosos. El debate, de haberlo, podría encontrarse en lo que opina la población general de estos productos. Una opinión que está muy mediatizada tanto por los intereses de la industria que los elabora y pone a la venta, como además por la historia de la investigación de la nutrición como ciencia. O si se prefiere de su trayectoria, ya que podríamos aplicarle el dicho que reza que de aquellos polvos tenemos estos lodos.
No hacen nada, son caros y en ocasiones incluyen sorpresas no declaradas.
La cuestión no es nueva ni mucho menos, un servidor viene abordando estas cuestiones desde hace años argumentando en base al posicionamiento que sobre este tema tienen diversas entidades sanitarias de reconocido prestigio. Pero lo cierto es que en 2018 se publicó un interesante artículo en la revista de la Asociación Médica norteamericana, que vuelve a poner el tema en el candelero y a contarnos las verdades del barquero. El texto al que me refiero se tituló “Dados sus peligros potenciales, es el momento de centrarnos en la seguridad de los suplementos” y se basó en los datos obtenidos de dos estudios que observaron los efectos de esta clase de suplementos en dos de los colectivos, a priori, más indicados: los menores de edad y la población mayor de edad. A modo de resumen estos fueron sus argumentos:
- Los consumidores se enfrentan a un gasto exagerado en la compra de estos productos teniendo en cuenta que…
- En la mayor parte de los casos su beneficio es inexistente.
- En ocasiones su composición no es la que viene reflejada en la etiqueta del producto, bien porque le faltan ingredientes declarados o bien por que incluye otros que no declara. Algo de especial importancia y gravedad porque suelen ser sustancias de actividad farmacológica que el consumidor ignora que está consumiendo.
Su ingesta (ya sea acorde con la información aportada en el envase sobre su composición o bien y más grave si incorpora sustancias no declaradas) incrementa el riesgo de interacciones con la medicación que puedan estar usando los consumidores.
De hecho, y en relación al último punto, se menciona que de todos los casos que terminan en “Urgencias” en el hospital cada año, cerca de 23.000 están relacioandos intrínsicamente con el uso de esta clase de suplementos. Y sobre las posibles interacciones farmacológicas, los autores de este estudio temen que en su mayor parte estén implicados estos productos.
En otro tiempo pudieron tener una utilidad evidente, cuando faltaba comida y por tanto “nutrientes”, pero hoy no.
Más allá de los intereses de una industria interesada en mejorar su balance de cuentas -como cualquier otra empresa- los fabricantes de suplementos nutricionales centran el grueso de su mensaje en un paradigma erróneo. Muy resultón de cara a los consumidores de hoy en día, pero erróneo a fin de cuentas. Este no es otro que el que se fijó a principios y mediados de siglo XX con el establecimiento de la nutrición como ciencia emergente. En aquel contexto se empezó por aislar nutrientes (típicamente vitaminas y minerales) que desempeñaban un papel destacado en diversas funciones metabólicas. De este modo, aportando los adecuados nutrientes se podían paliar las correspondientes enfermedades carenciales tan frecuentes en aquella época. Pero a día de hoy las circunstancias han cambiado. Y mucho. En nuestro entorno no hay ya afortunadamente enfermedades carenciales; y si se presentan se suelen deber a malas elecciones a la hora de confeccionar un adecuado patrón alimentario. La solución más inmediata consiste pues en hacer mejores elecciones de alimentos, e incluir en las proporciones adecuadas aquellos alimentos que incorporan este o aquel nutriente.
En ausencia de enfermedades carenciales (escorbuto, raquitismo, pelagra, bocio, beri-beri etcétera) el azote de nuestra época se personifica en las llamadas enfermedades metabólicas no transmisibles (obesidad, diabetes, cáncer o enfermedad cardiovascular) en donde las malas elecciones de alimentos de entre un vasto catálogo –tan grande como jamás haya existido- condicionan la salud de los ciudadanos. Y resulta que tenemos estudios que ponen de relieve que la actual evidencia no apoya el uso rutinario de suplementos multivitamínicos para reducir la mortalidad, las enfermedades cardiovasculares o el cáncer en el caso de personas de países desarrollados.
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